Mi amigo

MI AMIGO JAVIER









El flaco Javier es un amigo, un verdadero amigo. De esos que nunca te abandonan.



Nuestra amistad, comienza ese día que me presento en la agencia de remisses y ante la ausencia de la dueña me atiende él, que en ese momento trabajaba como operador.



_ ¿Qué se le ofrece señor? ­_ Me trató de usted el Flaco. Todo respetuoso.



_ Estoy averiguando si no están haciendo falta autos. Ando sin trabajo y creo que con este auto podría trabajar. A Ud. ¿qué le parece?_ También lo traté de usted.



_ ¿Por qué no se da una vuelta a la tarde?, sé que están necesitando uno. ¿Qué auto es?



_ Ese, un 505 modelo 91.



_ Si, es ideal para esto. Pase a la tarde y hable con Susana, la dueña.



Esa tarde pasé y me tomaron para la noche que no tenían autos. Comencé al otro día a las doce de la noche y otra vez estaba el Flaco como operador.



_ Pasa (comenzó a tutearme) recién se va el último y nos quedamos nosotros solos, ¿tomamos mate?



Y así empezó todo esto, el Flaco atendía el teléfono y me pasaba los viajes.



Trabajamos en esta agencia de esa manera, hasta que consiguió, el Flaco, un auto para trabajar. Al cavo de un año, la agencia comenzó a tener problemas ya que la dueña se peleaba con el marido, eso hacía elevar las esperanzas del flaco que le tenía unas ganas bárbaras a la veterana. Porque a Javier, siempre le gustaron las veteranas y eso le traía muchos problemas con su esposa.



Fue tal la decadencia de esta agencia que terminamos sin operador, atendiendo el teléfono y haciendo los viajes nosotros dos.



Por supuesto tuvimos que conseguirnos otra empresa. Entramos en una familiar en donde había tres autos, el de la familia y los nuestros. Aquí comenzaron nuestras locuras. Le metíamos de día y de noche. Los viernes nos cansábamos de llevar chicas a los distintos boliches de Rosario, eso nos ponía loco y nos llevaba a dejar de trabajar y quedarnos en alguno de ellos. De a poco nos hicimos de la noche bolichera y nos gustaba. Imagínate, dos tipos de cuarenta con unos mangos en los bolsillos, auto y algo de parla, pocas veces salíamos de las confiterías solos. En ese tiempo Javier tenía una tía que vivía sola en una casa por la calle Rioja y Francia. Trabajaba de noche y era tan gamba que le dejaba las llaves al flaco para que la usáramos cuando quisiéramos, porque ella me conocía y me quería mucho. Hace unos años murió la tía del flaco, me dio mucha pena, pobre, nos aguantaba tantas cosas.



Más de una vez prendíamos el fuego a las tres o cuatro de la mañana y poníamos unos chorizos de campo que le mandaba el padre del flaco, un conocido médico de Mugueta, judío como el flaco pero tan oveja negra entre los judíos como el flaco, los parientes no los querían mucho por la habilidad en derrochar la guita que tenían. Bueno en esas choriceadas que nos mandábamos, siempre teníamos un par de locas que por esos chorizos unos vinos y unos whiskys estaban dispuestas a cualquier cosa.



Recuerdo una vez que salimos con dos hermanas de Villa Diego, las llevamos en un solo auto, el mío, pues el otro lo dejamos en lo de la tía del flaco, hasta la casa de una de ellas, separada, la otra era casada. Con dos botellas que compramos en el camino, seguimos con el baile y nos pasábamos la compañera uno al otro hasta que terminamos uno en cada dormitorio de la casa. A las once de la mañana nos despiertan unos gritos de la calle. Llegó el marido de la casada, armando quilombo porque esta, no había ido a dormir a la casa y preguntaba de quién era el auto que estaba en la puerta. La separada le explicaba que estaba ella con un amigo. Nunca me puse la ropa tan rápido.



_ Flaco ¿qué mierda hacemos ahora?



_ No sé, no asomemos la nariz porque somos boleta.



_ Y si a este se le da por romperme el auto?



_ Uno tendría que salir y decir que es el amigo de Estela (la separada)



_ Salgo yo que el auto es mío, en todo caso si me tengo que ir doy una vuelta y te paso a buscar más tarde.



_ Dale yo de aquí adentro no me muevo ni loco. ja ja (se cagaba de risa el flaco)



Me quedé más tranquilo cuando salí y vi que el tipo era flaquito y no medía más de un metro sesenta. Lo tranquilicé diciéndole que era amigo de Estela, de Buenos Aires que en un rato tenía que seguir viaje porque estaba trabajando.



El tipo se fue y se llevó a Mónica, su señora esposa.



Fue gracioso verlo al flaco, cuando entramos, metido en un cuartito que guardaban herramientas.



Salimos luego con mucho cuidado porque Mónica vivía a solo dos cuadras de allí y nos podían ver.



Parecía que todo era muy divertido, y que éramos unos piolas terribles, pero el problema empezaba cuanto llegábamos a casa, diciendo que habíamos trabajado toda la noche y sin un peso en los bolsillos.



Este tipo de situaciones fue deteriorando nuestras respectivas parejas. En verdad la de Javier, la mía se había deteriorado hacía rato.



La esposa del flaco, empezó a hacerle la guerra. Las peleas eran constantes y Javier no lo podía soportar, a tal punto que llegó a deprimirse de tal forma que no trabajaba y llegó a hacer barbaridades, como manejar borracho a Mugueta, hasta que un día se llevó por delante un caballo. El no sufrió graves lesiones pero destrozó el auto que no era de él y no tenía permiso para salir de Rosario, a parte se comprobó que estaba alcoholizado porque no paraba de decir boludeces. Pobre la gorda dueña del auto, nunca pudo reponer ese coche.



Un día voy a buscarlo a la casa de la tía y lo encuentro tirado en la cama barbudo con la ropa toda sucia y arrugada.



_ ¿Qué estás haciendo boludo? Mirá que desastre que sos. ¿Qué mierda te pasa?



_ No puedo más gordo, la negra me rajó de casa, y encima no tengo trabajo. La guacha no me deja ver a mi hija. Se pudrió todo gordo.



_Dejate de hinchar las pelotas, levantate, afeitate y vamos. Estoy en otra agencia y necesitan un operador. ¿Tenés alguna ropa limpia?



_Si, pero está arrugada.



_Bueno dale, planchala, yo voy a comprar algo para morfar. ¿Cuánto hace que no comés?



_ no sé, tres días.



_Mirá hijo de puta, te chupaste toda la botella de whisky que teníamos guardada. Dale bañate y afeitate que ya vengo.



Nos comimos unas costeletas a la plancha y unos tomates y lo saqué de ese encierro. Ya se lo veía mejor al flaco. En el camino le dijo algunas guarangadas a una veterana que caminaba con un bolsito por la vereda.



_ Pará gordo que me dio bola.



_Vos no perdés las mañas la puta que te parió



_ Y si ya me echaron a la mierda de mi casa. ¿Qué puedo perder?



_ Vamos a buscarte laburo boludo.



Empezó como operador en la agencia del rengo Mario, donde yo, ya estaba trabajando desde que nos echaron al carajo, ese día que nos quedamos dormidos en lo de las hermanas de Villa Diego y dejamos a la agencia sin autos toda la noche y toda la mañana.



El rengo Mario había puesto esa agencia con la guita que cobró por la pérdida de una pierna en un accidente laboral en la fábrica de aceros donde trabajaba.



Este rengo era un hijo de puta que nos tenía cagando. Nos hacía trabajar con corbata cosa que yo odiaba. El flaco no se encontraba cómodo tampoco ya que el rengo se quedaba con él y le hacía dar los mejores viajes a su hermano que manejaba el auto de él.



Un día me volví loco cuando el flaco me pasó un viaje a San Nicolás ida y vuelta y el rengo me llamó él mismo para anulármelo y pasarme uno a la Florida, ya que según él ese de San Nicolás le tocaba a su hermano. Como estaba a una cuadra del cliente no le di bola y lo levanté yo. Apagué el handy porque me llamaba constantemente. A mi regreso estacioné el auto frente a la agencia y le tiré el aparato desde la vereda, con tanta suerte que pegó en un televisor que tenía sobre una mesa y se destruyó la pantalla. El flaco solidario se hizo eco de mi bronca y de un manotazo le tiró el equipo base al suelo, salió a la calle se subió a mi auto y nos fuimos cagándo.



_ Gordo.... ¿este rengo puto no nos denunciará a la policía?



_ No creo. Tiene muchos autos truchos y no te olvides que el hermano ya estuvo en cana. No le conviene ni arrimarse por allí.



Otra vez quedamos los dos sin trabajo. Para colmo la mujer de Javier seguía sin darle bola, este se rayó y se fue para Mugueta.



Yo entré en una remissería de la zona sur que se llamaba San Antonio y era de un milico retirado. El viejo tenía todo muy bien organizado y era muy estricto con los turnos de cada uno. Trataba por todos los medios de no quedarse sin autos, por eso la vez que se me rompió el auto y estuve parado unos quince días, el guacho tomó otro auto y cuando regresé me dijo que no tenía lugar para mí.



El flaco me vino a ver cuando volvió a Rosario. Estaba amargado porque no tenía un mango y los tíos de Moisés Ville (los únicos que vivían en Mugueta eran los viejos) no lo querían habilitar con una moneda.















Yo no lo podía ayudar, también estaba en bancarrota, sin laburo y viviendo solo ya que un tiempo atrás había decidido dejar mi matrimonio que no daba para más.



_ Que hacemos flaco. Está todo mal.



_ No sé, vos por lo menos todavía tenés el auto



_ Si.... a no ser que choque con una caja fuerte y se me caigan todos los billetes dentro del auto le voy a tener que pasar vaselina y metérmelo en el culo.



Cuando dije lo de la caja fuerte se me ocurrió la idea.



_ ¿Te animás a chorear un banco? Le dije



_ Gordo seguro terminamos los dos en cana



_ Tengo una idea para hacerlo sin armas y sin lastimar a nadie.



_ ¿Qué estás diciendo loco?



_ Verdad. Hay que estudiarlo muy bien, pero es buena idea. Si estamos muertos, en la lona.



El flaco es tan buen amigo que si yo le decía me voy a tirar al río el se tiraba conmigo.



Nos pusimos a estudiar el asunto, no era sencillo nos llevaría tiempo. Pero eso nos sobraba. A todo esto la tía del flaco viajó a Buenos Aires a pasar una temporada con una hermana de Florencio Varela que no andaba muy bien de salud y eso nos sirvió para instalarnos en su casa



_ Flaco lo primero que tenemos que hacer es caminar y elegir el banco.



_ Estoy un poco cagado gordo, pero te tengo confianza y le doy para adelante.



Nos pasamos una semana recorriendo todos los bancos de la ciudad y algunos de los alrededores de Rosario. Nos gustó uno de Mendoza al cuatro mil.



Al final el auto nos sirvió pues teníamos que averiguar el domicilio de un cajero que manejaba la cuenta corriente en dólares. Primero conseguimos el nombre, se llamaba Mariano Acosta, era un flaquito alto, joven de unos treinta y cinco años pero de cabellos canosos. Nos tomamos el trabajo de seguirlo a la salida del banco, hasta saber bien que vivía en la calle Gorriti al dos mil cien.



La esposa era una gordita culona llamada María Cecilia Renso y tenía un hijo de once años llamado Martín Mariano y entraba a las ocho menos cuarto al colegio Boneo, lo llevaba la madre en colectivo.



Todo este trabajo nos llevó casi un mes, para ser más preciso veintisiete días. Ya no sabíamos de donde sacar unos pesos para comer y para el GNC del auto.



Conseguí un Dentista que viajaba dos veces por semanas a Casilda y me pagaba treinta pesos por viaje solamente de ida, eso y cincuenta que le mandaba el padre del flaco de vez en cuando, lo estirábamos como goma para poder vivir.



Para colmo esto me provocaba una ansiedad tan grande que me devoraba los cigarrillos, porque yo me hacía el que la tenía bien clara, pero tenía más cagazo que el flaco. Imagínate que nunca había hecho algo ni parecido a esto. Jamás pensé que me iba a embarcar en semejante aventura, (si se lo podía llamar así). Creo que la desesperación hace estragos en la mente del ser humano. Qué loco, ¿no?.



Tuvimos situaciones en donde exponía mi cara para averiguar todo esto, por ejemplo: sabíamos que el pibe jugaba los sábados al fútbol en las canchitas de Juan XXIII y no teníamos los nombres de ellos. Entonces, me presenté un día en la casa como directivo de las divisiones inferiores de Rosario Central, interesados por el chico para ficharlo en el club. Allí tomé los datos del padre, la madre y del hijo que me lo dieron con gusto y entusiasmo pensando, como todos los padres, que podían tener un Maradona en la casa. Les dejé de regalo un llaverito para cada uno y una taza para Martín con el logotipo del club, una inversión de diez pesos que hacía todo más creíble.



Ya teníamos los datos de todos, ahora había que planificar el golpe, algo complejo que provocó varias discusiones fuertes con Javier. Tal vez por el miedo, el flaco siempre encontraba fallas en lo que le planteaba y eso me ponía loco.



Primero teníamos que ver cual era el día del mes en donde entraba más guita a la caja de Mariano y en que horario se juntaba más gente dentro del banco, ya que de eso dependía la perfección del golpe.



Los días de mayor recaudación eran los primeros tres o cuatro días del mes y la hora de más aglomeración en el banco; de 11:30 a 13:30 horas.



Estábamos en el mes de noviembre, ya se ponían los días pesados, el comedor de la casa era el lugar más fresco ya que se trataba de una casona antigua de techos altos y pisos de madera, allí con un pequeño ventilador discutíamos con el flaco sobre el modo de hacer este ¨ trabajo ¨.



_ Flaco pensa lo que te digo. Nadie va a sospechar nada porque el cajero va a estar todo cagado y le vamos a asegurar que si sigue las instrucciones no le va a pasar nada ni a él ni a la familia.



_ ¿y si hace algo antes de leer la carta? Estamos frito.



_ Por eso tiene que estar bien redactada y con la información más temerosa al principio, para que siga leyendo. No te olvides que el va a recibir la hoja con algunas facturas por debajo para que no se note que es una carta.



_ Pero cuando nos dé la guita ¿no se van a dar cuenta?



_ ¡Pero flaco! ¿Para qué mierda estuvimos horas adentro de ese banco? Boludo.... ¿no viste la gente que se llevaba los sobres gorditos con la tela en su interior? Ahora tenemos que pensar ¿qué ponemos en la carta? Tiene que ser corta, clara y que diga todo.



_ Cuando salgamos va a llamar a la mujer



_ ¿Qué importa?, nosotros ya no vamos a estar allí y aparte eso nos va a dar más tiempo para rajar lejos antes que dé la alarma. Por otro lado al banco voy a entrar yo solo. Vos vas a esperar con el auto en marcha.



Nos habíamos olvidado de algo. No estudiamos el lugar para estacionar con una salida más directa y sin transito ya que el banco estaba ubicado en una zona netamente comercial. Lo solucionamos de inmediato. A la vuelta por Alsina teníamos un lugar especial frente a una obra en construcción.



Yo en esos días me sentía mal, tenía un nudo en el estomago, comía algo y vomitaba. No le contaba nada al flaco para no ponerlo nervioso a él también. Tampoco podía dormir, de eso se daba cuenta porque él tampoco dormía. Nos tomábamos litros de mate durante la noche.



_Hoy es doce flaco, lo tenemos que hacer el mes que viene.



_¿Y si esperamos un poco más gordo?



_Diciembre es especial Javier. La gente está enloquecida por las fiestas. Tenemos que aprovechar eso para perdernos entre la multitud.



Unos de esos días decidimos ir a Mugueta a lo de los viejos del flaco a comer un asado, para despejarnos un poco y porque hacía rato que comíamos porquerías. Además el viejo siempre nos invitaba, por supuesto no tenía ni idea en que andábamos.



Comimos esa noche como animales y por suerte no me cayó mal la comida, se ve que estaba más relajado, en familia, escuchando las andanzas de don Saúl (el padre del flaco) cuando estuvo en Barcelona veinte años atrás. Sara, la esposa de don Saúl nos sirvió café con una torta de chocolate y nueces que hacía ella.



Después de una larga sobremesa salimos a caminar por el pueblo con el flaco. Cruzábamos la plaza hacia la confitería de la esquina cuando nos encontramos con una flaquita rubia tetona.



_Hooola Javi!... ¿Qué hacés por el pago?



_Hola Mirta. Este es mi amigo Roberto de Rosario



_Mucho gusto, Javi siempre te nombra, por fin te conozco. ¿Qué hacen?



Estamos al pedo dijo el flaco



_Yo voy a lo de Marisa nos vamos a juntar a guitarrear un rato. ¿Por qué no se vienen?



_¿Quiénes van?



_Nosotras, Zulema, Marquito, Gachy, Agustín y la Silvia



_¿Vamos gordo?



Por supuesto que me enganché enseguida, Marisa vivía en Arminda y para allá fuimos.



Estaban todos reunidos en un patio grande con pileta, tomando cerveza. Me presentaron a todos y me dieron un vaso bien helado y espumoso.



El flaco me hablaba siempre de la flaca Silvia, que era el amor de su vida, que estaba loco por ella, que una vez le había pegado una apretada y ella no se resistió, pero que tenía novio y se le ponía en difícil. Yo me imaginaba una mina linda, pero solamente el flaco podía enamorarse de semejante vagarto. Debería tener alrededor de cincuenta años, flaca como una garza, narigona y la cara surcada de arrugas. Aparentaba tener sesenta y pico. Ya te dije, este flaco es un bagayero.



Se armó la guitarreada esa noche. Tocaban Marisa y Agustín, un homosexual de veintisiete años, que me hacía cagar de risa. Imaginate un puto cantando folclore, no lo podía creer. Pero la pasamos bien, empezamos cantando, continuamos bailando y terminamos a las cinco de la mañana metidos todos en la pileta, medio en bolas, ya que nadie tenía traje de baño.



A mi se me había pegado la Mirtita toda la noche, cantaba a mi lado y me hacía cantar a mi también. Cuando comenzaron a tirarse a la pileta se sacó delante de mí la remara y el vaquero. El diminuto corpiño que tenía no alcanzaba a cubrir semejantes tetas y así se tiró al agua. Me llamaba desde adentro y no lo dudé, tiré mi remera y mi pantalón en una silla y me zambullí en slip.



Jugábamos en el agua como chicos entre todos pero cuando podía le metía alguna mano a ella, que no tenía problemas en dejarse tocar. Me agarré tal calentura, que ella lo notó cuando en un momento me apoyó el culito y sintió mi dureza. No sabía que hacer, pues éramos muchos y parecía que el único caliente era yo. Ella se reía y se me tiraba encima cada rato yo pensaba como salir de la pileta sin que se dieran cuenta. Salí por la esquina más cercana al baño y corrí hacia allá. Me estaba secando cuando escuché unos golpecitos en la puerta, Era ella, la hice entrar y pasó lo que tenía que pasar.



Nos despedimos prometiéndonos volver a ver.



Viajamos a Mugueta un poco alcoholizados a las ocho de la mañana de ese domingo soleado, el flaco no dejando de hablar de la Silvia. Yo pensando en las tetas de Mirta.



Llegamos a lo de don Saúl, doña Sara nos recibió con dos tazones de café con leche y facturas recién compradas, lo devoramos y nos acostamos a dormir.



No sé si por el alcohol, por el cansancio o porque estaba muy relajado sin pensar en lo que teníamos planeado, que dormí sin sobresaltos como hacía rato no me pasaba, hasta la una de la tarde, cuando don Saúl nos despertó para almorzar .



En la mesa había una fuente grande con tallarines caseros y otra con albondiguitas con salsa muy tentadoras.



Después de ese rico almuerzo volvimos a Rosario. Nunca me voy a olvidar de ese fin de semana, de la bondad y hospitalidad de los padres del flaco, tan generosos como su hijo.



De la buena gente de Arminda, de la fogosidad de Mirtita, que después me contó Javier que era casada y ella no me lo dijo. ¡Qué cosa!, parece que en los pueblos, el gorreo, es el deporte nacional, o será que en todos lados es igual y allí se descubre más rápido por lo pequeño del lugar. Como dice el refrán “Pueblo chico, infierno grande” ¿No?



Cuando volvíamos comencé a tener palpitaciones y a ponerme ansioso otra vez, como si fuéramos a dar el golpe al otro día y todavía teníamos quince días por delante y muchas cosas por planificar .



Al otro día la mujer del flaco le permitió ver a la hija, este se fue para la casa al medio día y volvió a las dos horas con una cara de culo terrible.



_ ¿Qué pasó flaco?



_ La negra casi me denuncia a la policía.



_ ¿Por qué?



_La nena no estaba, nos pusimos a hablar y en un momento la abracé y me la quise voltear. Hizo un quilombo bárbaro, empezó a los gritos y yo no aflojaba, entonces me dio una piña y dijo, siempre a los gritos, que me iba a hacer meter en cana, y que no me quería ver más por allí. Cuando salí de casa, los vecinos estaban todos afuera, mirando con cara de “allí va el violador”. Caminé hacia la parada del bondi sin mirar a nadie.



_ ¡Qué boludo!!! ... y a tu hija ¿no la viste entonces?



_ ¿No te digo que no estaba? Estaba en la casa de una amiga.



_ Flaco sos una máquina de hacer cagadas



_ Si ya sé...no hago una bien...encima esta vez a mi hija no la veo más.



_Javier tenemos que seguir con lo nuestro y quiero que te concentres porque esta nos tiene que salir bien, y con guita en la mano la conquistas de nuevo.



_ Gordo vos siempre tenés razón. Vamos a darle para adelante.



_ Vamos a confeccionar la carta que es lo más importante ahora



Nos llevó varios días ponernos de acuerdo con la carta pero al final la terminamos, ya te voy a contar que decía.



El treinta de noviembre estábamos casi listos, solo tenía que ver la ropa que me pondría y que me haría en el pelo.



_ Necesito una tintura bien negra, para parecer más joven, flaco



_ ¿Y una peluca?



_ ¿De a donde vamos a sacar una peluca? Aparte se nota mucho cuando alguien lleva peluca.



_ Y ¿vos sabes algo de tinturas?



_ No, pero tiene que ser una que se vaya con un lavado de cabeza.



Nos fuimos a un negocio que venden insumos para peluquerías de la Florida y dijimos que teníamos una casa de disfraces y un cliente nos pidió algo así para el disfraz de Drácula. Por suerte lo conseguimos a treinta pesos.



La mañana del cuatro de diciembre se presentaba muy calurosa, con el flaco tomábamos unos mates en el patio, a la sombra de una parra y ultimábamos detalles. Eran las ocho y a las diez y media saldríamos para el banco. Nos invadía una excitación terrible. El flaco se paraba, iba hacia la cocina, volvía, caminaba a la puerta de calle, volvía, estaba muy loco.



_ Javier, pará un poco, sigamos con esto, estás muy nervioso, si el que va a entrar al banco soy yo boludo.



_ Es que yo no hice nunca esto, ¿qué querés gordo?



_ Y yo ¿que? ¿Pensas que lo hago todos los días?



_ Vos también estás nervioso



_Si, pero tratemos de calmarnos porque vamos a hacer cagadas.



Diez y cuarto salimos para el banco. Yo tenía puesto zapatos negros, pantalón vaquero, una camisa de seda negra y un saco negro de verano.



En ese tiempo usaba el pelo largo, así que le puse la tintura negra y con gel lo dejé bien aplastado y la parte de atrás metida por debajo del cuello de la camisa, eso hacía que para girar la cabeza, girara también los hombros, como si fuera un robot.



Subimos al auto, el flaco se sentó al volante.



Yo llevaba un sobre negro de cuero en la mano, de esos con hebilla de metal en el frente. Adentro tenía la carta entre dos facturas, una de luz y otra de gas, que sacamos un día de un local vacío en la zona sur y una agenda color gris.



Javier venía de vaquero, remera celeste y zapatillas blancas. En ese momento pensé que me gustaría estar en el lugar de él.



Llegamos a la calle Alsina, como lo veníamos viendo, frente a la obra en construcción no estaba nadie estacionado, pues tenía un cartel que decía “Entrada y salida de camiones”. El banco estaba a la vuelta por Mendoza. Tenía que caminar treinta metros hasta Mendoza, girar a la derecha y caminar otros treinta metros hasta el banco.



Le dije a Javier que no dejara el auto en marcha, que prestara atención, cuando me viera doblar en la esquina que lo haga arrancar. Para que no se le recaliente.



Nos miramos con el flaco, nos dimos un abrazo, le dije _ si no vuelvo desaparecé _ y me fui.



El salón del banco no era muy grande, serían unos veinte metros de frente por treinta de fondo, precisamente en el fondo estaba la hilera de cinco cajas, a la derecha había cuatro escritorios donde atendían los plazos fijos, tarjetas de crédito, cuentas corrientes y algunas otras cosas. A la izquierda tres computadoras para los saldos y la garita del policía, el policía estaba parado afuera. Me temblaban las piernas y transpiraba como loco, me sequé la frente con el pañuelo. Trataba por todos los medios de que no se me notara el nerviosismo.



Todas las cajas tenían colas de veinte o veinticinco personas. La de Mariano Acósta tenía doce (los conté) Me fui a las computadoras, hice como que miraba el saldo y anotaba en la agenda. En los escritorios también había gente esperando. Fui caminando lentamente como leyendo algo en la agenda y me puse en la cola de la ventanilla de Mariano.



Estaba el aire acondicionado encendido, pero yo no paraba de transpirar. Era un manojo de nervios y escucho la voz de Javier por detrás... _Gordo, es un trámite como otros, tranquilo.



Sin darme vuelta le digo _ ¿Qué haces aquí? ¿boludo!



_ Quería tener una idea de lo que ibas a demorar.



_ Andá al auto ¡la puta que te parió!!!



_ Bueno, quedate tranquilo.



Caminó lento hacia otra cola, miró la de al lado y con toda tranquilidad se fue. El flaco tenía esas boludeces que te sacaba de las casillas, pero esta ves me tranquilizó.



Comencé a decirme yo solo _ esto es un trámite, esto es un trámite. _ Y así me relajé un poco.



Tenía todavía tres personas adelante, miré hacia atrás y se juntaron unas diez más. Disimuladamente miro al guardia y estaba hablando con una rubia de trajecito azul y unas carpetas en la mano. Charlaban animadamente y él estaba desatento a lo que pasaba alrededor, yo pensaba que ojala se quedara un rato esa rubia para distraerlo.



Me tocaba a mí y el cana seguía con la rubia. Saqué del sobre las facturas con la carta en el medio.



Esperé que me llamara ya que el primero tenía que esperar a dos metros de la caja en una barrera hecha con cadenas de plástico.



Me temblaban las manos y es increíble la concentración que tenía para no estar nervioso y actuar con naturalidad...



_ El que sigue _ llamó Mariano.



Me acerco y le extiendo las facturas con la carta arriba, él toma los papeles en forma automática. Cuando vio la carta iba a levantar la vista y le dije entre dientes sin mover los labios _ leé y no hagas ni un gesto.



Comenzó a leer y se iba poniendo colorado, eso me asustó un poco. Miré hacia las otras cajas disimuladamente y cada cual estaba en lo suyo, miro al policía y seguía charlando con la rubia.



Y Mariano seguía leyendo la carta que decía:







“Mariano, tenemos a María Cecilia y a Martín con nosotros, no les pasará nada si seguís las instrucciones que te damos y yo salgo sin problemas del banco.



Te paso un sobre y meté los dólares que entren. No mirés a nadie. Dejate la carta allí con vos te va a servir para no perder el laburo.



Cuando salga de aquí, esperá tres minutos y llamá a tu casa.







Terminó de leer y levantó suavemente la cabeza hasta el mostrador. Le pasé el sobre y le dije,



_ Tranquilo, llenalo con mucha tranquilidad, sin movimientos bruscos y cerralo.



Sacó del cajón varios fajos de billetes de cien y los fue acomodando en el sobre, que vos viste, esos que son tipo fuelle.



Quedó gordo el sobre, no tenía idea cuanto era. Me lo pasó y le recordé _ Esperá tres minutos después que salga, tu familia va a estar bien.



Miré a mi alrededor y me di cuenta que nadie se percató de lo que estaba pasando. El milico seguía de jarana con la rubia y los demás empleados estaban con sus trabajos.



Caminé lentamente a la salida con el sobre bajo el brazo, antes recogí un volante con propagandas del banco, de una pilita del mostrador de las computadora de saldos y salí haciendo que lo leía.



Al salir del banco caminé a paso rápido para la esquina entreverándome con la gente que a esa hora era mucha y al doblar la esquina casi corriendo llegué al auto que el flaco ya había puesto en marcha.



Entré del lado de la vereda por la puerta de atrás y me tiré entre los asientos, el flaco me tapó con una lona vieja que llevamos para eso y arrancó hacia la calle Tres de Febrero dobló a la derecha hasta Lavalle. Manejaba tranquilo sin apuro para no levantar la perdiz. Por Lavalle siguió hasta Córdoba, cuando cruzamos Mendoza pasaron dos patrulleros con la sirena a toda velocidad, _ Se armó el bolonqui. _ Dijo el flaco, en Córdoba dobló hacia Francia y de allí hasta Rioja. Estacionó frente a la casa de la tía y después que se aseguró que no había nadie me abrió la puerta y nos fuimos adentro.



Puse el sobre arriba de la mesa del comedor y me alejé unos pasos, nos miramos con Javier, estábamos los dos temblando.



_ ¡Lo hicimos gordo!.



_ ¿Cuánto habrá?



_ Abrílo vos dale.



Lo abro y saco siete fajos, cuento uno y son de diez mil dólares



_ Flaco diez mil por siete... ¡son setenta mil!!!



Nos abrazamos, saltábamos como chicos, llorábamos



Estábamos contentos. El flaco corrió a la cocina y se vino con una botella de vino blanco espumante helada. _ Lo guardé para este momento gordo.



La tomamos del pico. Javier daba saltitos con un fajo en cada mano.



Me saqué la ropa y me metí en la ducha, me lavé la cabeza para sacarme la tintura y me afeité la barba _ Pareces un pendejo gordo ja ja. _ se reía el flaco.



Sacamos doscientos dólares y escondimos el resto, nos fuimos al centro a cambiarlos. Nos dieron en esa época novecientos pesos (estaba a cuatro cincuenta el dólar) nos pusimos en el bolsillo cuatrocientos cincuenta cada uno. Esa noche fue inolvidable.



Yo te cuento esto a vos porque también sos un amigo y sé que no lo vas a contar a nadie y junto con el flaco son los únicos que me vienen a visitar.



A Javier no lo agarraron. Piensan que lo hice solo. Yo me sigo declarando inocente.



En el banco había cámaras de video y entre el cajero y otro empleado que parece que me conocía y me reconoció cuando le mostraron la filmación, me mandaron en cana.



El flaco viene día por medio y no deja que me falte ni puchos ni comida buena. Dice que la guita no la está tocando, que está bien escondida.



El abogado me dijo que me quede tranquilo que el video no es prueba condenable, que ya voy a salir.



La estoy pasando realmente mal aquí, pero gracias a Javier y a vos que me visitan, los días no se me hacen tan largos.



Bueno hermano después te cuento que va a pasar con todo esto. Si lo ves al flaco dale un abrazo y decile que lo espero mañana, Que me traiga una campera , que de noche se pone frío por aquí.