Uritorco (y otros )

                                                               EL URITORCO





Arrancamos mal desde el principio. El Bocha dijo que iríamos en su auto  y se apareció a las cuatro de la mañana en el utilitario de la fábrica del padre diciendo que sería más cómodo. En el asiento de al lado venía ya acomodado Santiaguito, pues lo había pasado a buscar primero. Beto, Cacho y yo, estábamos juntos ya que vivímos cerca. Los tres subimos en la parte de atrás, donde el Bocha había puesto tres sillas a manera de butacas. Ni bien arrancó, mi silla se fue para atrás, se tumbó y yo fui a dar de cabeza contra la rueda de auxilio. Luego de las respectivas carcajadas de mis amigos, el Bocha detuvo la chata y me preguntaron, _ ¿estás bien gordo?_ Yo que me había quedado sin aire por el golpe en la espalda y veía estrellas por lo de mi cabeza contra la rueda, me incorporé, acomodé la silla y dije _sigamos, está todo bien _.

Terrible el frío que hacía en esa Trafic, aparte era ensordecedor el ruido a chapas y parecía que se iría a desarmar. Eso y hacer trescientos cincuenta kilómetros sentados en una silla que se mueve para todos lados, solamente al Bocha le podía resultar cómodo. Lo fui insultando todo el viaje. Para mitigar el frío, Santiaguito sacó de la mochila una botella de ginebra a la que le dábamos un trago del pico de vez en cuando. Como el Bocha no tomaba debido a que estaba manejando, comenzó a romper las pelotas para que empezáramos el mate, me ocupé yo de eso  y les aseguro que no fue una tarea simple y agradable como compartir unos mates con amigos en la casa de uno. Por empezar, no podía acomodar la yerbera y azucarera en un lugar de fácil acceso, eso hacía que para cargar el mate me tirara yerba por todo el cuerpo.

Me quemé dos o tres veces con el agua del termo. Cuando llegamos a Villa María, bajé de la camioneta hecho una porquería, lleno de yerba, mojado y con una ampolla en la mano izquierda, a parte todavía me dolía la cabeza y la espalda por el golpe de la salida.

En el trayecto de Villa María a Córdoba, se nos cruzó un perro en la ruta. El Bocha pegó una frenada tan grande que terminamos todos los de atrás, contra los asientos de adelante, en una gran pelota de carne y caños, enredados en las sillas, mochilas y equipo de mate. No es que yo sea mala onda, pero todavía no me explico de qué mierda se reían los boludos de mis amigos. A esta altura yo tenía dolor de cabeza, de espalda, la mano quemada, la ropa sucia, mojada y ahora una raspadura en el muslo derecho desde la rodilla al culo que ardía como la hostia. Ya estaba a punto de volverme en colectivo si no fuera por el Beto, que me convenció diciéndome que no podía perderme lo que venía, que escalar el Uritorco sería algo único, una experiencia increíble.

_ ¿Te trajiste buenas botas para escalar? _ me preguntó Cacho.

_ Las zapatillas_ le contesté.

_ No loco, hay muchas piedras, te vas a lastimar, yo te aconsejaría que en Córdoba te compres un par de botas tipo borcegos, con buena suela.

_ Le hice caso y antes de seguir para las sierras, me compré las botas. Estaban muy buenas, las pagué trescientos pesos, en doce cuotas con tarjeta de crédito.

Decidimos parar a comer en el camino a las sierras, en un comedor chiquito al costado de la ruta. Comimos algo liviano y rápido para seguir viaje cuanto antes. Cuando vamos a partir, la camioneta no quiere arrancar, insistía el Bocha, pero nada, estaba muerta. Aunque ninguno sabía nada de mecánica automotor, abrimos el capot y mirábamos como cinco opas, tocamos los cables de bujías, la batería, y volvíamos a intentar el arranque. No pasaba nada. Estuvimos casi tres horas parados sin saber que hacer.

_ Bocha _ dijo alguien _ ¿le pusiste nafta?

_ Si boludo, en Córdoba, ¿no viste?

La cuestión es que a las tres horas, cuando le estábamos por pedir al dueño del comedor que nos llame un auxilio, a Santiaguito se le da por probar el arranque y comenzó a andar el motor como si nunca hubiera fallado.

Los muchachos se reían y decían que los marcianos del Uritorco habían descompuesto la chata.

Seguimos para Capilla del Monte, el lugar donde el Bocha había reservado alojamiento en una posada familiar, que según él, estaba muy buena.

El viaje por las sierras fue medianamente tranquilo, aunque entre tantas subidas y bajadas, curvas y contra curvas, las sillas se iban de un lado hacia otro y nosotros teníamos que viajar casi en cuclillas. Cuando llegamos tenía las piernas acalambradas y me dolían los dedos de las manos de tratar de agarrarme de la chapa de los costados de la camioneta. Al final un viaje que debería ser de seis horas, fue de doce, una locura.

La posada se veía buena, nos salieron a recibir una pareja joven. Altos, rubios de piel muy blanca, vestidos con ropa sueltas al estilo jípies. Las habitaciones eran pequeñas pero cómodas, para tres personas cada una, con una cama simple y dos en cucheta. En una se alojaron el Bocha, Santiaguito y Cacho, en la otra Beto y yo. Entre que nos bañamos y nos cambiamos de ropa se hicieron las nueve y media de la noche, entonces decidimos ir a cenar ya que el alojamiento era con desayuno, almuerzo y cena.

El comedor se veía acogedor, con sahumerios perfumados como en toda la posada, las paredes adornadas con cuadros de diferentes lugares de las sierras de Córdoba, con repisas llenas de piedras de distintos colores y en una de ellas tres piedras en forma de pirámides y un porta sahumerios al lado.

Nos acomodamos en una mesa redonda donde entrábamos los cinco. Cuando tomo la carta para ver la comida me quise morir, eran tres menúes; uno, tarta de calabaza, otro, milanesas de soja con ensalada de remolacha y papas, y el último, guiso de berenjenas, zanahorias, cebollas y nabos. _ ¿Qué es esto? _ pregunté _ ¿y la carne?

Lo quería matar al Bocha cuando me dijo que esa era una familia de suizos que habían puesto esa posada con comida vegetariana. Yo que había comido poco al medio día, pensando que a la noche le daría duro al asado, algún chivito, chorizos y algunas achuras, me tenía que conformar con tarta de calabazas?.

 _ La puta que te parió Bocha. ¿Desde cuando sos vegetariano vos?

El imbécil dijo que se lo habían recomendado por la ubicación, la comodidad y el precio.

La cuestión es que después de esa cena “VEGETARIANA” nos tomamos unos vinos y nos fuimos a caminar por el centro. No duró mucho ese paseo, ya que el centro tenía tres cuadras, los negocios estaban cerrados a esa hora y nosotros teníamos que ir a dormir, para levantarnos temprano a la mañana, pues teníamos que escalar el famoso cerro Uritorco.

El desayuno no estuvo mal; café con leche, media lunas, tostadas y una linda variedad de tortas.

A las nueve de la mañana partimos para el pié del cerro en la camioneta. Con las indicaciones que nos dieron en la posada, llegamos sin problemas. Estábamos los cinco vestidos de forma parecida. Con las botas, pantalón de gabardina color camuflado, de esos que usan los militares, remera, buzo y una campera del mismo tipo que los pantalones, pero forrada para el frío.

Me llamó la atención que antes de subir teníamos que pasar por una oficina para anotarnos. El Beto me explicó que es un parque nacional y llevan un control de la gente que sube, pero lo que me asustó un poco, es que te hagan firmar un papel donde vos te haces responsable por lo que te pudiera pasar.

Comenzamos el asenso por un sendero entre la vegetación que parecía fácil.

Santiago se puso en la punta, detrás iban; el Bocha, Cacho, Beto y yo. En un momento la subida se puso más empinada y el camino era de piedras. Los tres de adelante avanzaban más rápido, el Beto y yo, quedamos más rezagados. Me costaba subir, tenía que agarrarme de los pastos para no patinar con las piedras. Ya llevábamos una hora subiendo y comencé a sentir dolor en los pies. Claro, a mi se me ocurre solamente ponerme a escalar un cerro con botas nuevas. En uno de los manotazos que pegaba sobre los pastos, agarré un espinillo, cuando sentí el pinchazo, largué justo en el momento de dar el impulso para subir. Una piedra se movió bajo mis pies y rodé por el camino unos cinco metros hacia abajo. Cuando pude incorporarme me dolía todo. El pantalón estaba hecho pedazos, debajo de cada rotura tenía una lastimadura, de pronto ciento algo tibio que me corría por sobre el labio superior, debajo de la nariz, me toqué y era sangre. Cuando me toco la nariz, pego un salto, era impresionante el dolor, me había quebrado el tabique, no me paraba de sangrar, para colmo el Beto  no se dio cuenta que me caí y siguió subiendo. Pasaron unos chicos de una escuela y me dieron un poco de algodón que me lo puse como tapón en la nariz, eso me detuvo la hemorragia. Seguí subiendo, pensando que al llegar arriba, me lavaría las heridas en el baño y tomaría algo fresco, ese pensamiento me daba más fuerza.

Después de una hora y media más de asenso con varios golpes y tropiezos llegué a la cima. Allí estaban los muchachos que me miraban de arriba a bajo y se miraban entre ellos. _ Gordo, ¿qué te pasó? Estás hecho mierda. _ me dijeron. _ vamos al bar_ dije yo _ que quiero lavarme _ que bar boludo?, aquí no hay bar, estamos arriba de una montaña._ y se cagaban de risa.

Casi me vuelvo loco. Miraba para un lado, miraba para otro, montañas, todo montañas. Me preguntaba ¿por qué seguí subiendo en vez de regresar cuando me caí? Los muchachos me llevaron a una vertiente y allí me pude lavar un poco con agua fresca. Estaba muy lastimado, me miré la cara en el espejo de los lentes de Cacho y me asusté, tenía la cara hinchada, la nariz manchada de sangre, el ojo derecho se empezaba a poner negro y los pelos los tenía revueltos, lleno de palitos y piedritas, un asco. No me quise sacar los tapones de la nariz por miedo a que me sangre de nuevo. Tenía un raspón en cada rodilla y un corte en la canilla derecha, aparte se volvió a raspar el muslo que ya tenía raspado. Se me estaban haciendo ampollas en los pies por culpa de las botas nuevas, que a esta altura ya no parecían nuevas.

Cuando mis amigos decidieron regresar, yo estaba buscando un lugar más seguro para bajar, por eso les dije que bajaran que yo los seguiría. Di algunas vueltas por arriba, hasta que me pareció que encontré el lugar. Comencé a descender por una cuesta menos empinada y con más vegetación. Era un camino en zic-zac entre medio de algarrobos y espinillos más plano que el de ascenso, caminé durante una hora por ese medio bosque, tenía los pantalones llenos de abrojos pero por lo menos podía caminar. De pronto se termina la vegetación y me encuentro con un despeñadero como de doscientos metros de profundidad, que macana, no sabía que hacer, si regresaba me moría, pues había tardado una hora en bajada, en subida tardaría dos o más. Caminé una media hora por el costado del precipicio hasta chocar con otro cerro con mucha más vegetación, entonces tomé por un camino no muy marcado en subida que parecía el sendero de animales. No sé cuanto caminé pero ya se estaba ocultando el sol y me di cuenta que me había perdido. Me senté en una piedra a descansar, pues me dolía todo, _ y ahora que mierda hago_ me preguntaba.

Cuando estaba por ponerme a llorar de bronca, escucho a alguien que silba una canción, no muy lejos, pegué un grito ­_ Holaaa! ­_ no sé si fue para que me escuchen, de desesperación o de alegría, la cuestión es que a los cinco minutos se apareció de entre los espinillos un guarda parques con cara de asombro preguntando que me pasaba. Le contesté que estaba perdido y con más cara de asombro caminó hacia arriba y me dijo _ bajó nada más que cincuenta metros.

Lo seguí y me di cuenta que había dado toda una gran vuelta cuando después de subir un trecho, salimos de los espinillos, y nos encontramos en la cima, en la vertiente donde me lavé.

Después que el guarda parque me dio una lección con respecto a las consecuencias de alejarse del grupo y no leer las indicaciones, se prestó a acompañarme en la bajada, pues me vio demasiado maltrecho para dejarme bajar solo en la oscuridad, que a esa hora ya era total.

Cuando los muchachos vieron que venía llegando con este hombre, se fueron a esperarme a la camioneta. Me preguntaron por mi demora y les mentí, diciéndoles que me había hecho amigo del guarda parques y me quedé charlando con él hasta que no quedó nadie arriba y luego bajamos juntos.

Me hubieran cargado hasta Rosario si les decía la verdad.

Llegamos a la posada. Lo primero que hice fue darme un baño, me quité los tapones de la nariz y por suerte no me sangró más, pero me dolía mucho. Al sacarme las botas, miré mis pies, los tenía ampollados, en los talones y encima de los dedos.

Después de ducharme, me tiré en la cama y no me desperté hasta el otro día. Beto me llamó para cenar pero dijo que no pudo despertarme.

A la mañana, mientras mis amigos desayunaban, hice algo que nunca hubiera hecho. Robé...si, robé. Saqué un colchón de una habitación de al lado del estacionamiento que estaba abierta, y lo puse en la Trafic. Retorné al comedor y desayuné yo también. A las diez de la mañana, pagamos, cargamos las mochilas en la chata y nos fuimos. Los  muchachos se morían de risa cuando me vieron tirado en el colchón y no se explicaban de donde lo había sacado.

El regreso fue tranquilo. Dormí casi todo el viaje. Solo me desperté en un momento, cuando Cacho se me cayó con silla y todo, sobre mis piernas lastimadas.

Ahora en casa, me parece que estoy en el cielo. Me estoy atendiendo todas las heridas. Realmente no la pasé bien.

Los muchachos están preparando un viaje al Champaquí, para el mes que viene.

Que se vayan a la concha de su madre.

Yo me voy a las termas de Entre Ríos, que son más tranquilas. Aunque ya tuve una mala experiencia con el agua caliente y mis hemorroides... pero esa es otra historia.  

 


                                    TARÍCO Y NIYO







La rivalidad venía desde siempre. Eran vecinos pero no se soportaban. En los picados en la canchita del loco Palacios, siempre teníamos que separarlos porque terminaban a las trompadas, incluso cuando jugaban del mismo lado. Taríco era alto para la edad que tenía y el Niyo más petiso pero morrudo.

El Niyo era un pibe muy rebelde. La vieja lo vivía cagando a pedos y  el otro más tranquilo pero de carácter fuerte.

Una ves, cuando eran más chicos el Niyo lo empujó a Taríco y lo tiró con triciclo y todo en la zanja con agua podrida, nunca se olvidó Taríco de eso y nunca se lo perdonó y desde ese entonces la rivalidad se fue acrecentando.

El padre de Taríco tenía taller mecánico. Tendrían en esa época unos dieciséis años, más o menos, cuando el Niyo pasaba por el frente del taller, vestido con una camisa de bambula y unos vaqueros color arena nuevos, que se usaban en ese tiempo, y de adentro del taller, el otro tiró un baldazo de aceite  usado de auto,  que lo agarró de lleno al Niyo, y lo dejó hecho una porquería.

Parecía que ya estaba vengado lo del triciclo, pero no, la bronca siguió.

A Taríco  le gustaba una pendeja del barrio y ya le había hecho algunos tiros, que ella los había tomado de la mejor manera. El flaco estaba muy entusiasmado y se disponía a invitarla  a salir.

El Niyo se enteró y le ganó de mano, la pendeja que no era muy lerda, agarró viaje y este se variaba con ella por todo el barrio.

La bronca de Taríco se desbordaba por toda su cara, incluso amenazó con matarlo. Una siesta se encontraron en la granja de la esquina, y sin mediar palabras, se trabaron en lucha. No podían separarlos. A  don Manuel, el carnicero, que era un tipo de un metro noventa de alto y pesaba como ciento veinte kilos, le costó trabajo, pero pudo tomarlos del cuello, uno en cada brazo, y logró separarlos, aunque seguían tirándose trompadas, luego entre el verdulero y un cliente, pudieron llevarlos a cada uno para una esquina diferente.  

 A veces la casualidad es buena, pero esta vez fue maldita, pues les tocó la colimba en el mismo lugar.

La imaginaria es una guardia que se hace en la Cuadra o sea el lugar donde se encuentran los dormitorios. Los soldados se designan antes de ir a dormir, son cuatros y se turnan en dos horas cada uno. Comienza a las diez de la noche y termina a las seis de la mañana, hora en que el último imaginaria debe despertar al suboficial de semana.

El primero tiene que despertar al segundo y pasarle el reloj, el segundo al tercero y así sucesivamente asta el último.

Una noche a Tarico le tocó primero y al  Niyo último.

El flaco no la pensó, después de sus dos horas, adelantó el reloj hasta las cuatro y lo despertó a Niyo en lugar de despertar al segundo. Este que dormía profundamente no se dio cuenta quien lo despertaba, tomó el reloj, fue al baño, se lavó la cara y comenzó su guardia. El lío se armó cuando se cumplieron las dos horas y lo fue a despertar al suboficial, que esa semana era la mona López, un sargento ayudante muy cabrón e hijo de puta. El punto se levantó, fue al baño y cuando volvía miró su reloj y vio con estupor, que en vez de las seis eran las cuatro de la mañana.

Los gritos despertaron a todo el regimiento. A Niyo lo sacó corriendo para el campo y lo tuvo haciendo movimientos vivos y carrera asta las seis y gritándole – así que usted es vivo?, me agarra para la joda? Pelotudo!!!. Carrera march, cuerpo a tierra!.

Durante toda la mañana estuvo Niyo averiguando quien lo había despertado y aunque el mutismo de los demás no lo dejaban dar con la realidad, él sabía que el traidor era Tarico y no tardó en vengarse.

Una mañana lo designan a Tarico al barrio militar para pintar la casa de un teniente coronel que se mudaba allí.

Tardó una semana en pintarla toda, por el esmero y la prolijidad que puso en el trabajo. El día que terminó se fue a buscar al teniente coronel para mostrársela. Aprovechó el Niyo ese descuido, entró a la casa y con una brocha empapada en pintura gris oscura, salpicó todo el piso parquet color claro, una mesa del comedor de madera lustrada y todos las puertas de los dormitorios, luego salió disparado del lugar.

La cara del teniente coronel cuando entró y vio esto se desfiguró, Tarico no podía articular palabras y lo único que decía era –yo....no......yo....esto.....no -. El oficial lo puso a limpiar todo y si quedaba una mancha o rayaba el piso o los muebles, lo mandaba derecho al calabozo.

Por supuesto que algunas manchas no salieron y rayó la mesa, así que se ligó quince días de calabozo. Nunca se enteró quien le ensució todo así, pero se lo imaginaba.

Los dos tenían hermanas menores y los misiles fueron dirigidos hacia ellas. Primero fue Tarico quien conquistó a la hermana de Niyo, solo para darle bronca pues no era una chica de las que le gustaban a él. Que fue lo que hizo Niyo?... lo mismo que Tarico, comenzó a salir con la hermana del rival.

Los contrincantes trataban en vano de convencer a sus respectivas hermanas, a que dejaran al otro. Tanto insistieron con esta treta que terminaron casándose a los pocos meses. Ninguno de los dos, asistió al casamiento del otro, causando la bronca de sus hermanas.

El Niyo puso una zapatería muy linda en el barrio. A los dos meses Tarico abrió otra en la vereda del frente, con precios más bajos. Esto provocó la baja de precios en la de Niyo.  Ambos trataban siempre de mejorar la oferta del otro, al punto de perder dinero. Esto duró siete meses, asta que un día salieron los dos con sendos revólveres a la puerta de los locales y se dispararon sin mediar palabras.

Tarico mató al vecino de Niyo y Niyo mató a una anciana que pasaba por el frente del local de Tarico.

Fueron los enemigos condenados a veinte años de prisión por homicidio simple.

Hoy las hermanas, después de haber fusionados los negocios, tienen la zapatería más prestigiosa de la zona.





Tarico y Niyo, formaron dos bandos dentro de la cárcel de Coronda y siguen tratando de matarse entre ellos.








                                                  Me lo contó Cacho





Cacho no había tenido nunca una experiencia como esa. Su vida transcurría como la de cualquier muchacho de barrio: trabajaba hasta las dos de la tarde, volvía a su casa, se bañaba, comía y se dedicaba a su moto, que, era su pasión.

Pero esa tarde de viernes, calurosa, pues era verano, luego de toquetear el motor de la Alpino 125 c.c., salió a probarla. Tomó por la calle principal de su barrio, que atravesaba una zona bien comercial y se perdía en el final del municipio, para luego empalmar con una avenida que desembocaba en la ruta hacia otra ciudad.

Al llegar a esa avenida notó que el motor fallaba un poco. Se detuvo para ver de qué se trataba, a pesar que debido al calor a esa hora de la siesta, no pasaba por la calle casi nadie, subió la moto a un terreno lleno de yuyales tapando lo que vendría a ser la vereda. El esfuerzo por subirla y acomodarla frente a una vieja casona aparentemente abandonada, hizo que se le empapara la remera de transpiración.

Puso la moto en su caballete y se agachó junto a ella con las herramientas que siempre llevaba debajo del asiento. Comenzó quitando la bujía, para ver si ese era el problema. Estaba muy concentrado en lo que hacía, unas gruesas gotas le bajaban por la frente. No notó que una persona estaba parada detrás de él, hasta que le tocó temblorosamente el hombro. Fue tal la sorpresa que de un sobresalto tocó sin querer el caño de escape y se quemó la mano, por lo tanto soltó la bujía que cayó al piso y se perdió entre los pastizales, al tiempo que se volteaba para ver quien lo había tocado.

Se encontró detrás de él a un viejito. Era muy canoso pero con todo su cabello, la cara bronceada y el rostro surcado por infinidad de arrugas. Llevaba una camisa a cuadros celeste abrochada hasta el último botón, se veía el cuello y los puños de las mangas, sucios y gastados y la solapa por fuera de un pantalón gris, arrugado y brilloso por el desgaste.

_ Disculpe joven, lo vi que se detuvo frente a mi casa y aproveché para salir a pedirle ayuda.

Cacho miró hacia la casa y no podía entender que escondida detrás de esos yuyales, con ese frente descascarado sucio y sin pintura podría alguien vivir allí.

_ Que necesita abuelo.

Siempre fue Cacho un muchacho atento y dispuesto a ayudar a quien lo necesitara.

_ Tengo que bajar  un baúl de un entrepiso que hay en la casa y solo no puedo, sería tan amable de darme una mano? Se lo recompensaré.

Caminaron juntos, atravesando los altos yuyos, hasta llegar a la puerta de madera de la vieja casona. El viejito se adelantó para abrirla y entró primero.

_ Pase, pase  por aquí joven.

Al entrar Cacho no podía creer lo que veía. Después de atravesar un pasillo se encontró con una sala de estar llena de muebles de estilo, el juego de living estaba compuesto por dos sillones de cuero negro y otro de tres cuerpos rodeando una mesa ratona de madera torneada, con tapa de vidrio. Todo sobre una alfombra persa color ocre.

Al costado derecho se encontraba un gran placar con puertas de vidrio biselado, que dejaban ver una cantidad infinita de platos de todos los tamaños, y copas de cristal de diversas tonalidades.     

Sobre la izquierda una puerta y al frente un gran ventanal que cubría todo el fondo, a través de los vidrios podía distinguirse un gran jardín lleno de plantas prolijamente cuidado.

_ Es por aquí joven, venga. Como es su nombre?

_ Cacho, me dicen Cacho.

 Es por aquí Cacho, le dijo atravesando la puerta de la izquierda, _ yo me llamo  Rafael y todo el mundo me conoce por el viejo Rafa o Don Rafa. 

Allí se encontró con un comedor enorme, con una gran mesa de roble rodeada de ocho sillas en la misma madera con tapizado de cuero blanco. Sobre la mesa un enorme centro de vidrio, lleno de frutas artificiales. Del techo colgaba una antigua araña cubierta de muchísimas gotas de cristal.

A la izquierda había una escalera hacia los dormitorios seguramente y al fondo el mismo ventanal que en el living.

_ Quien vive aquí? Preguntó Cacho y se ruborizo, pues se dio cuenta que formuló mal la pregunta, y enseguida se corrigió _ Vive solo usted aquí?

_ Si…si no está apurado le cuento. Siéntese… siéntese

Cacho se acomodó en una silla del comedor y apoyó su brazo sobre la mesa y lo miró para que comenzara a contar.

_Éramos aquí una familia hermosa, Cacho. Mi esposa Hilda, mi hija Nazarena y mi hijo Valentín. La mayor era Nasa, como le decíamos nosotros. Yo era militar y trabajaba en la Fábrica Militar de Armas. Entraba a las siete de la mañana y volvía a casa a las cuatro de la tarde, después de dos horas de viaje en auto. Ganaba muy bien, antes de tener a los chicos, compré este terreno y luego construí esta casa. Hilda era una mujer que no se conformaba con nada y encima muy celosa. Vos ahora me ves así, pero yo era un tipo muy pintón.

Cacho ya se había olvidado de la moto y escuchaba atentamente, se sentía  cómodo pues la casa era bastante fresca.

_Cuando Hilda quedó embarazada de Nasa, se puso más celosa, claro se veía gorda y pensaba siempre que yo le metía los cuernos. No te voy a decir que era un santo pero nunca nadie se enteró de mis cosas. A los dos años vino Valentín y también pasó lo mismo con los celos. Los pibes fueron creciendo y las peleas con Hilda se fueron acrecentando.

Tanto que los chicos comenzaban a meterse en la pelea y siempre defendiendo a su madre. Al principio no me parecía mal que la defendieran, pero con el paso del tiempo se fueron poniendo agresivos.

Una tarde tuve que salir de vuelo pues Hilda me tiró con una taza por una broma que hice, con respecto a los celos de ella, como me pasó cerca, me enojé y le tiré con un posa fuentes de madera y le pegué en el brazo. Fue tal el escándalo que hiso, que Valentín y Nasa  bajaron por las escaleras arrojándome de todo.

Esa noche dormí en la casa de un amigo. Cuando volví a la otra tarde estaba todo un poco más tranquilo, pero sentía en la mirada de ellos, como una especie de odio y notaba que cuchicheaban apartados de mí.

Prácticamente no me dirigían la palabra, si yo les hablaba, no me contestaban o lo hacían con monosílabos.

Pero Cacho… antes de seguir no me ayuda a bajar ese baúl que le comentaba?. Así me saco ese problema de adelante.

Cacho se paró casi de un salto.

_Como no, por donde es?

Sígame dijo don Rafa y caminó hacia las escaleras.

Al llegar arriba se encontraron con un pasillo de unos dos metros de ancho, que comunicaba a tres puertas.  Seguramente los dormitorios pensó Cacho.

Por el medio del pasillo, don Rafa tiró de una cuerda que desató de la pared y colgaba del techo e hiso que se abriera una puerta y cayera suavemente una escalera de madera.

Cacho no sabía la edad de ese hombre, pero le llamó la atención, ya que le calculaba unos ochenta años, con la agilidad que subió esa escalera, que a él le resultaba incómoda.

_Usted espere allí abajo que yo le voy a alcanzar el baúl.

Escuchó que arrastraba algo en esa especie de entrepiso, hasta que de pronto vio aparecer un enorme cajón de mimbre que apenas pasaba por la boca de la escalera.

_Suba un par de escalones y valla sosteniéndolo.

Cacho hiso lo que pidió el viejo. Apoyó sus manos en el baúl y lo fue sosteniendo.

Le resultaba pesadísimo, tanto que tuvo que darse vuelta y dejar que caiga sobre su espalda y así de esa manera, lo fue bajando despacito. Cuando llegó al piso se dio nuevamente vuelta y vio que por detrás venía don Rafa sosteniéndolo de unas manijas que tenía en los costados

Cuando terminaron Cacho preguntó _Pero que tiene adentro? Es muy pesado.

Don Rafa le contestó _Mi vida, hijo, mi vida…_Como pensativo y con suavidad lo fue conduciendo hacia la puerta de salida.

Cacho se dio cuenta que no estaba dispuesto a seguir con la conversación anterior a lo del baúl y no se animó a pedirle que le siga contando. Podría parecer como muy irrespetuoso o digamos muy curioso y caminó con él hasta la puerta.

_Bueno muchacho, me has hecho un gran favor, si pasas en otro momento, te voy a dar unos repuestos nuevos de moto que tengo en el galponcito del fondo.

_A genial don Rafa, esas cosas siempre me vienen bien.

_Gracias, hijo, gracias. _y cerró la puerta.

Cacho caminó hacia la moto, buscó entre los pastos la bujía que se le había caído, la colocó, le dio arranque y continuó con su paseo probándola.

Pasaron un par de semanas. A Cacho no se le ocurrió contarle a nadie lo de este encuentro, ya que para él, hasta ese momento era algo común que le podía pasar a cualquier ser humano.

Un día en uno de sus paseos en moto, tomó para ese lado, pues no hacía siempre el mismo recorrido, y decidió pasar por lo del viejo, más que nada para ver si le daba esos repuestos que le había prometido.

Esta vez a la moto la dejó parada en la calle, se arrimó a la puerta y golpeó. En ese momento se detiene junto a su moto un patrullero de la policía.

Uno de los dos policías que iban en el móvil lo llama y le pregunta _Que buscas allí muchacho?

_Al viejito que vive aquí.

Los policías se miraron y se sonrieron entre ellos. _Pero flaco esta casa está abandonada desde hace años. Si te fijas por esa grieta que tiene la ventana te vas a dar cuenta.

Cacho miró para adentro desde ese lugar y no podía creer lo que veía.

Adentro estaba todo en ruinas, como si la hubieran demolido. No entendía nada. Los miraba a los policías y miraba para adentro. No le salían las palabras.

_Arrímate  muchacho. Lo llamó uno de ellos.

_A vos no te suena el apellido Trovera? No vos eras muy chico. Rafael Trovera.

_Si…don Rafa…el viejito

_A entonces lo conoces

Cacho se quedó callado, estaba muy desconcertado.

_ Este hombre hiso una carnicería en esta casa. Un día llegó de trabajar, tuvo una discusión con la esposa, se metieron los hijos y los mató a los tres, los descuartizó los metió en un baúl de mimbre, lo escondió en un entrepiso y después se mató de un tiro en la cabeza. Fue una noticia que dejó a todo el barrio sorprendido. A él lo encontraron enseguida, pero a los otros, tardaron unos días.

Como no tenían otros familiares, a los muebles se los quedó la justicia y como la casa no se pudo vender, quedó abandonada y a través de los años se fue viniendo abajo. De esto ya pasaron como veinte años.

Cacho se puso pálido, los saludó a los policías casi sin emitir sonido, se subió a la moto y se fue para su casa. Se encerró en su dormitorio y se empezó a hacer un montón de preguntas.

_Cuales son los misterios de la vida y la muerte? Como pude yo tener este encuentro después de veinte años? Esto no lo soñé!. Me estaré volviendo loco?

Por las dudas Cacho le contó esto a muy pocas personas, una de esas personas, era yo.